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jueves, 18 de febrero de 2016

LA MUJER PERFECTA, QUE DA TODO

Aquí te traigo unos párrafos de un libro interesante con consejos prácticos para la mujer dadora y que en el fondo no sabe pedir. En el dar siempre va quedando el resquemor de porque yo nunca recibo, pues bien, en general no es problema del otro si no de uno mismo. El dar y tener el poder de hacer todo termina con un conflicto de pareja.
pareja corrriendo
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del libro "Mujeres que lo dan todo a cambio de nada"- autora Mariela Michelena
Renunciar a sentirnos indispensables para los demás, perfectas ante nosotras mismas y ante el mundo, completas, intachables. Renunciar al secreto placer de complacer a todos; de saber con exactitud qué es lo que el otro necesita ¡y dárselo!, aconsejárselo o sugerírselo. Abdicar del papel de ser el condimento sustancial en todos los guisos de la vida.

Lo siguiente es aprender a pedir. Recuerdo una paciente que me decía: «No puedo no poder. No sé pedir». Y es que la mayoría de las mujeres no sabemos pedir. Poder y pedir suponen posiciones opuestas ante la vida. Pide quien no puede, y quien puede no tiene nada que pedir. Pide quien necesita, de manera que pedir es, de entrada, reconocer nuestras limitaciones. Quien pide acepta que algo le falta. Quien pide, metafóricamente, baja la cabeza y extiende la mano como quien espera una limosna. Pedir, para ese código femenino-maternal, es una ordinariez, una humillación por la que no estamos dispuestas a pasar ¡nosotras!, ¡con lo poderosas que nos sentimos! Por eso no sabemos pedir. Nosotras, como mucho, esperamos. Esperamos a que el otro adivine lo que queremos.

Por último, para poder NO PODER, tendríamos que ser capaces de confiar. Muchas mujeres no se atreven a renunciar a su omnipotencia porque están convencidas de que los demás no van a poder tolerar que ella sea limitada, humana, vulnerable, que se enferme, se canse o simplemente que se aburra ¡de tanto poder! No somos capaces de dar un paso atrás porque creemos que ese retroceso supondría una catástrofe social y familiar. Para arriesgarte a confiar, tendrías que poder fiarte de la capacidad de las personas que te rodean para sostener tus faltas, tus defectos y los suyos. «¡Que cada palo aguante su vela!», dice el dicho, y a nosotras nos gusta ser el palo multifuncional capaz de sujetar todas las velas. No pasa nada porque de vez en cuando te atrevas a recostar tu vela de otro palo.

Para recostarte, qué duda cabe, necesitas confiar en la firmeza de los palos que te rodean y, para confiar, necesitas una red. Una red de amigas, una red familiar, una red social que te sujete con firmeza y te conceda la verdadera libertad, que es la libertad de NO PODER en los momentos de fragilidad, de cansancio o de duelo. Una asignatura pendiente en las reivindicaciones femeninas es asegurarnos el entramado tupido y consistente de esas redes. Son más importantes los vínculos que las capitas.

Lo que NO necesitamos es ese coro de voces optimistas y bienintencionadas que no nos dejan caer, que nos obligan a levantarnos de inmediato. Algunos libros de autoayuda con su mensaje de «querer es poder y tú lo puedes todo, solo hace falta una actitud positiva y que pongas un poco más de tu parte» han hecho mucho daño a esa mujer singular que a duras penas se da abasto con todas sus responsabilidades.

mujer en la playa
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